Ernesto era de esas personas difíciles de describir sin usar adjetivos ni verbos. Movía los pies al caminar y enseñaba parte de sus dientes cuando se reía. A veces estaba alegre, a veces estaba triste y otras veces no estaba ni alegre ni triste.
No necesariamente podríamos decir más acerca de Javier. Lo más relevante (tal vez él no estaría de acuerdo) es que es el dueño de un automóvil capaz de convertir la gasolina en movimiento. Un movimiento que de pronto comparte con Ernesto, quien hasta entonces está en reposo.
El cuerpo de Ernesto hace un ruido muy particular al romperse. Si quieres imaginarlo es como si al sonido que hace un hueso de pollo al quebrarse le sumaras el de los corazones de 17 personas que sabían algo más de Ernesto que nosotros.
El pie de Javier no siempre es torpe, pero, caprichosamente, hoy ha decidido serlo.
Habría sido bueno que Ernesto le dijera a alguien que nunca le ha gustado el pino. Pero no pensó que fuera necesario. De haberlo sabido habrían comprado otro, después de todo, estos momentos no son para fijarse en gastos.